Cuando prohíban el marketing

De momento parece imposible, impensable y absurdo. Pero también parecía imposible que se prohibiese fumar en bares y aviones y ya hay países que lo  han prohibido incluso en la calle. Nunca se nos hubiese ocurrido que limiten el uso de las omnipresentes bolsitas de plástico y hay ciudades en las que están prohibidas. En una época despachaban heroína y cocaína en las farmacias e incluso hubo vinos que contenían esta sustancia, como el que bebía con fruición el Papa León XIII.

Pero los hábitos cambian y surgen leyes que regulan y prohíben. En plena trata de esclavos nadie hubiese creído que algún día se acabaría y lo mismo pasaría con la quema de brujas y una lista inacabable de costumbres que en un momento parecen naturales y, con el tiempo, por un motivo u otro, las autoridades deciden regularlas.

En sus momentos de auge estos hábitos parecían eternos. Entonces, aunque hoy nos parezca ridículo, hagamos el ejercicio de imaginar que los ecologistas, con su rara costumbre de primar la conservación del medioambiente por encima de las necesidades productivas, convencen a los políticos de prohibir, literalmente, toda incitación al consumo, ya no de sustancias estupefacientes, sino de cualquier producto o servicio. Su idea sería que cada ciudadano consuma según sus necesidades y posibilidades pero sin el aliciente de las campañas comerciales y/o de marketing que incentivan ese consumo y, consecuentemente, la productividad empresarial.

¿Qué pasaría en semejante y escalofriante escenario? En principio, que los miles de creativos, gestores, modelos, cámaras y deportistas famosos que participan (participamos) en el mundo del marketing nos quedaríamos sin trabajo. Bueno, los famosos que prestan sus caras para campañas comerciales se tendrían que conformar con los exiguos ingresos de sus respectivos trabajos. Paso seguido, como consecuencia del bajón de ventas disminuiría la actividad empresarial y crecería el paro en decenas de miles de personas. Y seguramente surgirían otras desgracias de dimensiones similares que ahora se nos escapan y los compradores compulsivos deberían canalizar sus energías y sus dineros hacia otros fines.

Pero transcurrido cierto tiempo y con mayor o menor fortuna, como ha pasado siempre que se han producido cambios, nos iríamos reacomodando. Probablemente la mayoría de los profesionales de este sector saldríamos perdiendo (los que más, los famosos). Pero a escala global y con una perspectiva histórica que no pretende ser científica ni absoluta, probablemente el bajón de productividad conlleve un alivio para el medioambiente y se relajaría nuestra compulsión consumista. O sea que se aliviarían, ni más ni menos dos de los problemas más graves que sufre o ha sufrido la humanidad en toda su historia. Y lo que las marcas se ahorren en comprar famosos podría repercutirlo en una bajada de precios para poder competir, en un alza de los salarios de los empleados o en mejorar sus productos para vender por otros motivos que no sean las actuales e irresistibles campañas de marketing. Insisto, este escenario es improbable y, además, no nos conviene, pero al menos tengamos el coraje de admitir que, quizás, la sociedad saldría beneficiada.

 

Imágen de cabecera: Pawel Czerwinski

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