BYE, BYE DON

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Desde el 6 de abril la cuenta atrás está en marcha. Seis semanas nos separan del final de una de las series que ocupa un puesto de honor en el olimpo catódico serial y que para quienes nos dedicamos al mundo de la imagen, la publicidad, la comunicación y adyacentes  tiene el atractivo añadido de ponernos frente al espejo.

Pero Mad men no es un manual para entender el mundo de la publicidad. De hecho, las tramas creadas alrededor de búsqueda y hallazgo de clientes y el consecuente proceso creativo para crear conceptos y narrativas que enamoren a cliente y público son solo un arco –y no el único- que sirve de apoyo a las relaciones personales entre sus protagonistas y a la creación de ese contexto de fondo que fue la década de los 60 del siglo pasado. La agencia opera a modo de micromundo tan real como el de la propia vida e igualmente expuesto a la dualidad de la apariencia y la realidad. Como en la publicidad misma.

Don Draper, el director creativo de Sterling Cooper, inventa su vida como inventa eslóganes. La identidad trastocada de Draper opera como reflejo de la pérdida de referentes que se avecina a múltiples niveles: la contracultura, el fin de la inocencia que supuso Vietnam para la psique estadounidense, la lucha por los derechos civiles de colectivos minoritarios y el cambio en las reglas del juego de las relaciones entre hombres y mujeres…nada menos.

La elección de un fenotipo como el de Draper para escenificar las relaciones entre apariencia y realidad, entre identidad real y suplantación es un acierto de primer nivel. El inventor de historias que inventa la suya propia, el contenedor de las esencias masculinas que tendrá que autoexaminarse porque sabe que su reinado se acaba…y empaquetado en un fenotipo de un atractivo paralizante para el género femenino, todo sea dicho. Lo cual deja en evidencia las contradicciones que el deseo plantea a lo que racionalmente debería rechazarse.  Nuevamente,  un guiño publicitario.

Draper sabe y no sabe quién es. Voluntaria y también involuntariamente.  La caída libre de Don que se anuncia desde la cabecera de la serie a través de un mundo de referentes prefabricados que él mismo ha contribuido a crear concentra todo lo desarrollado en 92 horas de televisión. Quedan siete capítulos para comprobar cómo será el aterrizaje. Agárrense fuerte.

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