En la Facultad de Ciencias de la Información aprendes a jugar al mus, retozas en el césped y conoces a algunas de las personas que te acompañan el resto de tu vida.
A veces incluso adquieres algún conocimiento que te construye como profesional de lo tuyo y también como persona.
En mi caso fue en una clase de Estructura de la Información.
Un suplente que no volvió a aparecer por el aula nos dio las armas para desenmascarar las intenciones de los discursos o para que nosotros, futuros periodistas, aprendiésemos a usarlas para crear según qué tipo de argumento.
Un recetario rápido sobre cómo cargar el kalashnikov de la sintaxis.
Nos dijo que existen tres tipos de discurso: estructurado, estructurante y desestructurante.
El primero corresponde a la información objetiva (el tema de si la objetividad es posible lo dejamos para otro momento), es rico en sustantivos y tiene la exposición de datos ordenados y mínimamente interpretados como razón de ser.
El discurso estructurante es la opinión presentada como información. Abunda en adjetivos saborizantes, colorantes y conservantes más o menos sutiles con la intención de concitar adhesiones. Los hay ricos en grasas saturadas que ponen a trabajar al hígado más que el cerebro y que se degluten rápidamente y con placer no necesariamente culpable. También los hay formados a partir de materia prima excelente pero condimentada según gustos e intenciones y que consumimos según la tolerancia de nuestro sistema digestivo.
Y está el tercero. El que muy pocos de nosotros periodistas, informadores, comunicadores, narradores, contadores de historias manejamos haciendo honor a su nombre: DESESTRUCTURANTE. Aquel que rompe los esquemas metabólicos y extrae el nutriente, el que quema los depósitos de grasa, el que libera al hígado de procesar colorantes y desbloquea, en fin, el pensamiento mediante la emoción. Abunda en verbos y lo conocemos como POESÍA o HUMOR.
Con el humor no se jode.
Poca broma con él.
Poder decir lo que te sale de las meninges a través de la capacidad desestructurante del humor, reconocernos a través de él y tener las garantías de que no te van a matar por ello es una conquista de la especie.
Nos la hemos otorgado a nosotros mismos en un momento de lucidez colectiva. Sin vuelta atrás.
No hablo de vis cómica ni de repertorios de chistes.
Hablo de Montaigne, de Voltaire, de Groucho Marx , de Kurt Vonnegut, de Andy Kauffman, de Louis C.K. , de Joaquín Reyes (menos en el anuncio de Mahou) y de Carlos Faemino inspirados.
Y de todos aquellos que desconozco y que cumplen la función de desatar la inteligencia y la emoción con la risa como lanzadera. Gracias.
Y al humor se le combate solo con más humor.
Nunca con balbuceos de tontos, pajas mentales y ruido de kalashnikovs.
Bon voyage, nos copains
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