Se parecen en muchas cosas y se diferencian en muchas más, pero el reto es siempre el mismo: ser auténtico. O, al menos, intentarlo. No es sólo por ética, es también por conveniencia.
Las once acepciones de la RAE (https://dle.rae.es/comunicar) no son suficientes para acotarel alcance, la omnipresencia y las infinitas formas de la comunicación en cada aspecto de nuestras vidas. Y eso sin entrar en la magia que encierra la propia palabra “comunicación”.
Las reglas que modulan la comunicación, tanto la profesional como la personal, dependen, entre otros factores, del estilo, el contexto, el soporte, los objetivos, de la cultura, el carácter, los sentimientos y la situación de cada individuo en cada instante. Por eso es difícil prever la forma óptima de comunicarnos en cada situación. Pero sí que podemos intentar aclarar algunas reglas y características propias de dos ámbitos tan diferentes y cotidianos como el personal y el profesional.
Probablemente el lector esté esperando consejos que le garanticen una desenvoltura airosa en ambos entornos, pero salvo alguna sugerencia genérica, más que recomendaciones queríamos compartir algunas reflexiones sobre las particularidades del ámbito personal y el profesional a la hora de comunicarnos. Reflexionar sobre las características de la comunicación en los distintos circuitos en que nos movemos puede ser de gran ayuda. Bueno, reflexionar en general suele ser rentable; y hacerlo sobre comunicación puede ser, además, divertido.
Cada persona (y cada compañía) es única y eso determina su comunicación
Si hay algo inherente al ser humano es que cada persona se comunica e interpreta los mensajes de una manera única y esa manera lo define y condiciona. Toda comunicación (sea verbal o no verbal, personal o profesional) pone de manifiesto aspectos tan diversos como el receptor sea capaz de descifrar. A menudo decimos, trasmitimos o mostramos más de lo que era nuestra intención. Las empresas, que saben del alcance, los riesgos y las puertas que se abren o se cierran por una declaración de un directivo o de un comercial, orientan y regulan la forma en que cada integrante de la organización ha de comunicarse en cuanto que representa a la empresa y repercute en su imagen. Más aún en las redes sociales, en que a veces no está claro si hablamos a título personal o en nombre de la empresa.
Pero, si la comunicación de cada persona depende de su inteligencia emocional, su carácter y sus necesidades, ¿cómo hace una corporación para cuidar la comunicación de sus representantes? La pregunta puede parecer compleja pero la respuesta es sumamente sencilla y recurrente en el ámbito de la comunicación: depende. ¿Qué de qué depende? Pues de muchos (pero muchos) factores; del estilo de comunicación de la corporación, del carácter de cada miembro de la empresa, del cargo, del momento que se esté atravesando y, literalmente, de tantos factores como los involucrados sean capaces de tener en cuenta. Y esta es, precisamente, una de las claves de la comunicación: los factores que seamos capaces de observar o, en otras palabras, cuán amplia es nuestra mirada en las primeras fases de la comunicación. Este es uno de los principales motivos que justifican la existencia de los profesionales de la comunicación, ya que están (estamos) entrenados en detectar muchos de los efectos y alcance de cada comunicación.
Cuando un trabajador se expresa en su entorno laboral, y más aún si habla en público en nombre de su empresa, se están sobreponiendo dos tipos de comunicación muy distintas. Con los matices de cada caso, podríamos generalizar que en una priman las normas, el estilo, unos objetivos (empresariales) más o menos claros, cierta distancia y, probablemente, bastante competencia mientras que en la otra destacan la cercanía, los sentimientos y (sería recomendable), un grado elevado de espontaneidad.
Pero la comunicación personal y la profesional tienen algo en común, y es que, en cualquier circunstancia, y siempre dentro de las posibilidades del caso, es recomendable ser auténtico. Obviamente, si venimos de cometer un crimen atroz y no queremos pagar por él, hemos de mentir con toda nuestra sagacidad. Por eso advertíamos que siempre depende del caso. Pero aún en situaciones extremas, es recomendable aproximarnos lo más posible a lo que cada cual considera la verdad.
Somos seres contradictorios y, por ende, nuestra comunicación también lo es. Y por eso es apasionante. Si tuviésemos que resumir en una sola frase lo más importante a la hora de comunicar, diría que nunca olvidemos que todo en comunicación, absolutamente todo y siempre, depende. ¿De qué depende? Depende; a veces de lo que no se comunica, a veces de la velocidad a la que se comunica, del tono, del volumen. “Depende” de lo que seamos capaces. Cómo la vida misma. A menudo, los efectos que generamos cada vez que comunicamos van muchísimo más allá del contenido.
Para saber de qué depende en cada caso y para poder luego comunicar con agilidad, nuestro consejo es planificar despacio; así tendremos tiempo de ver los detalles, lo que estamos dejando de comunicar, para detectar, entre tantos parámetros, lo más importante de nuestra comunicación; sea personal o profesional.
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