“¿Dónde está la sabiduría que perdí con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que perdí con la información?” (T.S. Elliot)
Esta reflexión es del brillante premio Nobel de Literatura de 1948, el poeta y dramaturgo Thomas Stearns Elliot. Aparece en el poema “El primer coro de la roca”, publicado en 1934 y gana importancia a medida que pasan los años y aumenta exponencialmente la cantidad de información que circula y que está, cada vez más, a nuestro alcance.
Mientras tanto ha ido creciendo también la importancia que le damos a dicha información, hasta acuñar frases tan contundentes como “la información es poder” o vivimos en una “sociedad de la información”. No cabe duda de que, en ciertas circunstancias y dentro de ciertos límites, disponer de datos e información puede resultar de utilidad. Pero también es cierto que, sin conocimiento, la mera acumulación no garantiza que hayamos comprendido lo que esos datos nos muestran ni qué hemos de hacer con ellos.
Aunque suelen confundirse, información y conocimiento son dos conceptos muy diferentes. La información no es más que la acumulación de datos y hechos; mientras que el conocimiento requiere un proceso personal o social que interprete esos datos. La información, aun suponiendo que sea cierta y válida, no es suficiente para tomar decisiones. El conocimiento, por su parte, implica cierto nivel de comprensión y nos ayuda a valorar, juzgar y tomar decisiones con fundamento.
El bombardeo de cifras, porcentajes y temas diversos a los que estamos expuestos dificulta un procesamiento adecuado y, por eso, las conclusiones pueden ser parciales, erróneas o inexistentes, aunque dispongamos de más información de la que nunca en el pasado podríamos haber soñado. De hecho, grandes cantidades de cifras e inputs quitan tiempo y dificultan la observación. Incluso disponiendo de herramientas tecnológicas capaces de digerir cantidades descomunales de información, como el Data Mining, es imprescindible aplicar criterios y entender los patrones que dirigen esos datos para convertirlos en un conocimiento válido.
La sabiduría, por su parte, es un estadio superior que, además de comprender las normas que rigen un asunto dado, aplica principios, requiere profundizar, contempla aspectos éticos y depende, en gran medida, de la capacidad intelectual y moral de cada persona.
Evidentemente es más fácil acceder a la información (lo difícil es no ser aplastado por ella) que al conocimiento (que requiere un proceso individual) y es más trabajoso y más personal aún el desarrollo de la sabiduría que el intercambio de conocimientos.
Si hubiésemos desarrollado la sabiduría tanto como hicimos con la información o el conocimiento, sin duda viviríamos en un mundo mucho mejor. En Aleph intentamos comunicar con la vista puesta en construir sabiduría, aplicando una ética y unos principios que son nuestro granito de arena a la sociedad en que vivimos.
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